REFLEXIONES EN LA LUZ
Por Carmelo Ríos



"Al-lah es la Luz de los cielos y la tierra.
Su luz es comparable a un altar, en el que hay un pabilo encendido. La llama está en un recipiente de vidrio, que es como si fuera una estrella fulgurante.
Se enciende de un árbol bendito, que no es de Oriente ni de Occidente, y cuyo aceite alumbra sin haber sido tocado por el fuego. ¡Luz sobre Luz!
Al-Lah dirige hacia su Luz a quien El quiere…."


Corán, 24, Sura de la Luz


Siempre he amado la luz. Desde muy niño jugaba con la luz, dejando que sus rayos me acariciaran el rostro y las manos. Adoraba verla filtrándose por entre las hojas y las ramas de los árboles, ver los haces luminosos entrando tenues por la ventana, el reflejo de la luz sobre el agua, la estela luminosa del sol sobre las olas del mar. Recuerdo que el atardecer, el sueño del sol y de la luz, me aprisionaba el corazón y me producían una penosa sensación de aislamiento, de incertidumbre, de indescriptible soledad al ver el mundo hacerse muy pequeño y desaparecer a mi alrededor. El esplendor del amanecer ponía fin, por fin, a la opacidad de la noche y al instintivo temor a la oscuridad que experimentaba durante el tiempo de sueño. La salida del sol me procuraba entonces, como ahora, una sensación feliz de estar vivo, protegido, de no estar solo, de ver el mundo que me rodeaba, de poder moverme sin miedo y en libertad. Presentía ya entonces que en la luz había algo sobre-natural, que la luz era algo extraño, algo que no era de este mundo.

 

Mas tarde, cuando pude echar una furtiva ojeada al océano interestelar, supe que en efecto, la existencia de la luz en este planeta era algo extraordinariamente raro y valioso, una suerte de casualidad cósmica, y que la luz en el planeta Tierra era tal vez algo único en el Universo conocido, debido al efecto de la energía solar en contacto con la acuática atmósfera terrestre, una forma de matrimonio entre el fuego 2 y el agua, como enseñan numerosas tradiciones, cuya consecuencia más visible era la luminosidad que nos rodea. En una ocasión leí que según los relatos de los balleneros, los cachalotes, cuando están en trance de morir, miran siempre hacia la luz del sol, buscan vehementemente la luz, necesitan la luz, están hechos de luz, vuelven a la luz. Y es sabido que en las experiencias cercanas a la muerte, todos aquellos que han vuelto a esta vida afirman que ante ellos se abría una puerta y una luz iridiscente, amorosa, compasiva y redentora que venía a buscarles.

 

El ser humano ha buscado siempre la luz y el refugio de la claridad del Sol en continua lucha contra la oscuridad y los poderes del mal que en ella acechan. El fuego, para nuestros ancestros, era el Sol de la Noche, que daba calor, alumbraba, alejaba a las fieras y disipaba las tinieblas. Grandes culturas y religiones naturales que existieron, evolucionaron y sobrevivieron sin nosotros durante millones de años, eran adoradores del fuego y de la luz.




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