La Esfinge
Éliphas Lévi


El septenario es el número sagrado en toda la teogonía y en todos símbolos, porque es constado por el ternario y por el cuaternario.
El número siete representa el poder mágico en toda su fuerza; es el espíritu prestado asistencia por todas las fuerzas elementales; es el alma servida por la naturaleza, es el sanctum regnum el que es hablado en las Clavículas de Salomón, y el que es representado en el Naipe por un guerrero coronado que se apoya un triángulo en su coraza, y de pie en un cubo, a los cuales son uncidos dos esfinges, una blanca y la otra negra, que tiran en dirección contraria y vuelven la cabeza mirándose.
Este guerrero es armado con una espada resplandeciente, y tiene de la otra mano un cetro rematado por un triángulo y por una bola.
El cubo, es la piedra filosofal, las esfinges son ambas fuerzas del gran agente, los corresponsales en Jakin y en Boas, que es ambas columnas del templo; la coraza, es la ciencia de las cosas divinas que devuelve al sabio invulnerable a los atentados humanos; el cetro, es la varilla mágica; la espada resplandeciente, es el signo de la victoria sobre los vicios, que son en total de siete, como las virtudes; las ideas de estas virtudes y de estos vicios fueron figuradas por los antiguos bajo los símbolos de los siete planetas conocidos entonces.
Así, la fe, esta aspiración al infinito, esta confianza noble en sí misma, sostenida por la creencia en todas las virtudes, la fe, que en las naturalezas débiles puede degenerar en orgullo, fue representada por el Sol; la esperanza, la enemiga de la avaricia, por la Luna; la caridad, opuesta a la lujuria, por Vénus, la estrella brillante de mañana y de tarde; la fuerza, superior a la cólera, por Marte; la prudencia, opuesta a la pereza, por Mercurio; la templanza, opuesta a la golosina, por Saturno, a la que se da una piedra a comer en el sitio de sus hijos; y la justicia, por fin, opuesta a la envidia, por Júpiter, vencedor de los Titanes. Tales son los símbolos que la astrología toma del culto helénico. En la cábala de los Hebreos, el Sol representa al ángel de luz; la Luna, el ángel de las aspiraciones y de los sueños; el marzo, el ángel exterminador; Vénus, el ángel de los amores; Mercurio, el ángel civilizador; Júpiter, el ángel de potencia; Saturno, el ángel de las soledades. Los nombramos también Michaël, Gabriel, Samael, Anael, Rafael, Zachariel y Orifiel.
Estas energías dominadoras de las almas se reparten la vida humana por períodos, que los astrólogos medían sobre las revoluciones de los planetas correspondientes.
Pero no hay que confundir la astrología cabalística con la astrología judicial. Explicaremos esta distinción. La infancia es consagrada al Sol, la adolescencia a la Luna, la juventud a Marte y Vénus, la virilidad a Mercurio, la edad madura a Júpiter, y la vejez en Saturno. Oro, la humanidad muy entera vive bajo leyes de desarrollo análogas a las de la vida individual. Es sobre la base que Trithème establece su clavícula profética de los siete espíritus de la que hablaremos en otro lugar, y por medio de la que se puede, siguiendo las proporciones analógicas de los acontecimientos sucesivos, predecir con certeza los grandes acontecimientos futuros, y fijar por anticipado, de período a período, los destinos de los pueblos y de la gente.
San Juan, depositario de la doctrina secreta del Cristo, depositó esta doctrina en el libro cabalístico del Apocalipsis, que representa cerrado por siete sellos. Reencontramos allí los siete genios de las mitologías antiguas; con las copas y las espadas del Tarot. El dogma escondido bajo estos emblemas es la cábala pura, ya perdida por Fariseos en la época de la llegada del Salvador; los cuadros que se suceden en esta epopeya maravillosa y profética son tanto de pentacles, entre los que el ternario, el cuaternario, el septenario y el duodenario son las llaves. Las figuras jeroglíficas son análogas de allí a las del libro de Hermès o del Génesis de Hénoch, para servirnos del título arriesgado que expresa solamente la opinión personal del sabio Guillermo Postel.
El chérub o el toro simbólico al que Moisés coloca en la puerta de la gente edénica, y que aprecia la mano una espada resplandeciente, es un esfinge que tiene un cuerpo de toro y una cabeza humana: es el antiguo esfinge asirio, entre los que el combate y la victoria de Mithra eran el análisis jeroglífico. Este esfinge armado representa la ley del misterio que vela por la puerta de la iniciación para apartar de eso a los profanos. Voltaire, que no sabía nada de todo eso, se rió mucho de ver un buey tener una espada. ¿ Que habría dicho si había visitado las ruinas de Memphis y de Tebas, y que habría tenido que responder a sus pequeños sarcasmos, tan probados en Francia, este eco de los siglos pasados que duerme en los sepulcros de Psamétique y de Ramsès?


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