ESOTERISMO CRISTIANO Y CRISTIANISMO ESOTÉRICO
Julio Peradejordi


Esoterismo y exoterismo son como las dos caras de una misma moneda, indisociables y complementarios. No hay posibilidad de esoterismo sin exoterismo, del mismo modo que, por ejemplo, no podemos beber agua si no disponemos de un recipiente que la contenga. Es el eterno problema del continente y del contenido. Si preferimos verlo desde otro punto de vista, diremos que la llama necesita tanto de la vela como la vela de la llama para poder dar luz.

Con todo, sigue existiendo una gran confusión entre esoterismo y exoterismo, entre el contenido y el continente. ¿Hemos de hablar de esoterismo cristiano o de cristianismo esotérico? ¿Cuál es el contenido y cuál el continente?

Numerosas formas de neoespiritualismo contemporáneo han contribuido sobremanera a confundir misticismo, simbolismo, espiritismo o parapsicología con el auténtico esoterismo, con la auténtica iniciación. Todo ello forma parte de lo que René Guénon ha denominado «la perversión del mundo moderno». (1) Derivada del verbo perverto, la palabra «perversión» significa ‘poner lo de arriba abajo’, ‘poner al revés’.

En el contexto del cual estamos ocupándonos, el origen de la perversión consiste precisamente en su confusión de lo espiritual con lo psíquico, y viceversa. En este «mundo al revés», por utilizar una expresión del Zohar, numerosos autores y escuelas dotados de un antitradicional afán de modernidad han colocado a lo mental y emocional en el lugar que le corresponde a lo espiritual. La repercusión de esta perversión, que abarca todos los ámbitos de la existencia, es amplia y compleja; no vamos a ocuparnos de ella. Lo que nos interesa, por estar íntimamente relacionado con esta perversión, es diferenciar lo que tanto algunos ocultistas como otros exponentes del neoespiritualismo del siglo pasado llamaron «cristianismo esotérico» del auténtico esoterismo cristiano presente en nuestra religión desde sus inicios.

El cristianismo esotérico apareció en escena a finales del siglo pasado ocupando el lugar que le correspondería al auténtico esoterismo cristiano, confundiéndose para mucha gente ambos términos. No es, pues, de extrañar la actitud francamente hostil por parte de los representantes de la Iglesia hacia cualquier forma de esoterismo. Desde la invención del «cristianismo esotérico», entre el público no especializado, sigue existiendo una confusión en cuanto a lo que son realmente el ocultismo y el esoterismo.

René Guénon, que ha estudiado suficientemente el tema para que no tengamos que extendernos más en él, concluye que más que de un «cristianismo esotérico», hemos de hablar de un «esoterismo cristiano», como podemos hablar, por otra parte, de un «esoterismo islámico», inseparables ambos de su correspondiente exoterismo.

«La adhesión a un exoterismo es la condición esencial para llegar al esoterismo», ha escrito Guénon. Y aquí la «perversión del mundo moderno» a la que hacíamos referencia, cualquiera que sea la manera en que se manifieste, no puede ofrecernos ningún exoterismo. ¡Fuera de la Iglesia no hay salvación! Conviene que meditemos en esta última frase.

Debido, pues, en gran parte, a la perversión moderna, es hoy en día más difícil que nunca no sólo acceder al auténtico esoterismo cristiano, sino también darse cuenta de lo que hay. Ello ha contribuido, además, a que, cual una planta falta de savia, el propio exoterismo cristiano se haya debilitado, a que el creyente se haya orientado más hacia lo social que hacia lo sagrado, a que el sentimiento religioso haya menguado en Occidente de un modo alarmante.

No es necesario que nos esforcemos en buscar ejemplos de este debilitamiento: teología de la liberación, proliferación de sectas, crisis de vocaciones, etc...

El hombre moderno se ha olvidado de Dios y ha erigido como dios a su razón. Ya Pablo VI escribía en un delicioso librito dedicado a la oración: (2)

«El sentido religioso hoy parece haberse debilitado, apagado, desvanecido. Al menos así parece: Llamad como queráis a este fenómeno: desmitificación, secularización, autosuficiencia, ateísmo, antiteísmo, materialismo... pero el hecho es grave, sumamente complejo [...] e invade las masas, encuentra propaganda y adhesión en la cultura y las costumbres, llega a todas partes como si fuera una conquista del pensamiento y del progreso».

Es necesario plantear por qué es tan difícil detectar al esoterismo cristiano, y por qué existe una tendencia generalizada por parte de los aficionados al esoterismo a buscar en las sociedades secretas o en las religiones orientales y no en nuestra propia religión, en nuestra propia tradición.

Contestar como merece a estas dos preguntas exigiría unos conocimientos de los cuales carecemos y un volumen de información que, sólo por razones de espacio, no podríamos aportar.

Sin embargo, creemos interesante apuntar dos ideas que nos ayudarán, al menos, a acotar el problema.

La primera es que, en la Edad Sombría que nos ha tocado vivir, es sumamente difícil acceder a cualquier tipo de esoterismo, cristiano o no, y más aún comprenderlo y encarnarlo.

En segundo lugar, creemos que es importante resaltar que el cristianismo es, ante todo, una revelación. ¿No resulta un tanto presuntuoso querer acceder a su meollo prescindiendo del Espíritu que lo ha revelado? ¿No es cuanto menos grotesco intentar beber en él si despreciamos o ignoramos el corpus exotérico que lo vehicula y contiene?

Según la doctrina hindú de los ciclos, nos hallamos actualmente en el Kali Yuga, la Edad Sombría. «Desde entonces, escribe Guénon, las verdades que en otros tiempos eran conocidas por todos los hombres, se han hecho cada vez más ocultas y difíciles de alcanzar; los que las poseen son cada vez menos numerosos y si el tesoro de la sabiduría no humana anterior a todas las edades no puede perderse jamás, se rodea de velos cada vez más impenetrables que lo disimulan a las miradas y bajo los cuales resulta extremadamente difícil descubrir».

Estamos, ciertamente, al final de un ciclo y no sólo hemos perdido el sentido del esoterismo, sino también el de algo íntimamente relacionado con él: el de simbolismo y de la exégesis.

Actualmente se suele confundir el símbolo con la cosa simbolizada e incluso a veces con la cosa que se utiliza como símbolo. Son legión los autores que, a pesar de su incompetencia manifiesta para penetrar en él, cada vez que han logrado detectar un símbolo, deducen ingenuamente que encubre elevados secretos esotéricos. Así, hay quien ve cátaros y templarios en cualquier ruina, o quien nos descubre misteriosísimas fórmulas alquímicas para hacer oro a bajo precio en el rosetón de cualquier catedral, sea ésta gótica o no. Pero eso no es esoterismo, ni cristianismo, ni nada que se les parezca; es, en el mejor de los casos, algo cercano a la idolatría, un anhelo vago de dar sentido a partir de lo que sabemos (o creemos saber) a aquello que, por definición, debería vehiculizar una sabiduría no humana.

La capacidad de exégesis es algo que, como la imaginación (3) parece faltarle al hombre moderno. Somos totalmente incapaces, por nosotros mismos, de ir más allá de la letra, del exoterismo, de las figuras históricas, de las meras representaciones que velan la realidad oculta de Dios. Ya Jámblico, el neoplatónico, en su De Misteriis Aegyptiorum sostenía que: «sin los dioses, ni siquiera podemos balbucir una palabra a propósito de los dioses».

Con todo, no es difícil darnos cuenta cuán poco serio es hablar de «Cristianismo esotérico», como si pudiera haber un cristianismo que en su intimidad no lo fuera. La simple lectura de los Evangelios a la luz de la tradición de los Padres de la Iglesia basta ya para que apreciemos que la doctrina cristiana o, si lo preferimos, las parábolas de Jesucristo tienen, como toda la Escritura, varias lecturas. (4) Podemos, por ejemplo, leer en Mateo XI, 25:

«Doy gloria a ti, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has descubierto a los párvulos».

O también:
«Entonces acercándose los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él respondiendo les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos, mas a ellos no les es dado» (Mateo XIII, 10-11).

«Con muchas parábolas como éstas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo». (Mateo XIII, 34).

Bastan estas citas para darnos cuenta de que en la enseñanza de Jesucristo hay algo escondido, no accesible a todos y, por lo tanto, «esotérico». Pero no basta con ser superinteligente o estar muy informado para tener acceso a ello.

En otro lugar donde también se advierte la presencia de una enseñanza esotérica en las palabras de Jesucristo, es en el comienzo del Evangelio según Tomás:

«He aquí las palabras secretas que Jesús el Viviente ha dicho y que ha escrito Dídimo Judas Tomás: "Aquel que halle la interpretación de estas palabras no probará la muerte"».

Y por último, podemos también encontrar un ejemplo de lo mismo en un Padre de la Iglesia, Clemente de Alejandría, anterior al establecimiento del Cristianismo como religión oficial del Imperio. En el capítulo XII del primer libro de las Estromatas nos dice:

«Puesto que la Tradición (sagrada) no puede ser una cosa común y pública, hay motivo para ocultar "esta sabiduría expresada en el misterio" (I Corintios II, 7) que el Hijo de Dios nos ha enseñado (...) Esta idea me impedía escribir y aún ahora tengo mucho cuidado en no "lanzar las perlas a los puercos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen" (Mateo VII, 6)». Si durante años la Iglesia no ha querido pronunciarse en lo que se refiere al esoterismo cristiano y ha criticado, con toda la razón del mundo, al cristianismo esotérico, no ha dejado por ello de ser consciente de que en Cristo están «escondidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (gnosis)» (Colosenses, II, 3).

Bástenos con citar unas palabras de Pablo VI que fueron televisadas el mes de diciembre de 1973: (5)

«Si pensamos en esta Santa Faz que, en la noche de la transfiguración en la montaña, cegó las miradas estupefactas de los tres discípulos, en la inolvidable aparición, en cierto modo esotérica, teológica que Jesús les descubría».

Aquí se halla, a nuestro entender, el auténtico esoterismo cristiano, el meollo de nuestra religión y no en las más o menos brillantes especulaciones de pseudo ocultistas sobre los cuerpos o planos astrales o en sus sorprendentes teorías sobre la reencarnación.

A la hora de la verdad, y al lado de la resurrección propuesta por el Salvador, todo ello carece de importancia.

Lo que sí nos parece importante es que si deseamos acceder al esoterismo cristiano seamos selectivos en nuestras lecturas y no nos dejemos engatusar por las desencarnadas teorías que nos proponen las sectas modernas pseudo esotéricas. Sin duda adelantaremos más estudiando nuestras Escrituras, practicando nuestros ritos e impregnándonos de los maravillosos símbolos que nos ha legado nuestra Tradición.

(1): Ver René Guénon, La crisis del mundo moderno, Ed. Obelisco, Barcelona, 1987.
(2): Pablo VI La Oración, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca, 1985.
(3): Utilizamos la palabra «imaginación» en su sentido auténtico (de imago: ‘imagen’), que diferenciamos de la mera fantasía (fantasma).
(4): Como indica Guénon en sus Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, existe una traducción española en Ed. Paidós, Barcelona, 1997) pp. 38-39 de la edición francesa, «La existencia de un esoterismo cristiano en la Edad Media es algo absolutamente cierto [...] y no se trata en modo alguno de una forma especial del cristianismo, se trata del lado «interior» de la tradición cristiana».
(5): Reproducido en Documentation Catholique del 16-12-73.

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